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Quieres Ser madre o no?

«Ser madre implica preocuparse por alguien todo el tiempo»

«La hija única» – Guadalupe Nettel

Me ha llegado al corazón la acertividad y cotidianidad en que esta escritora mexicana plasma las palabras y te entiende como mujer en el siglo XXI. Me sentí muy reflejada con uno de los personajes de la lectura (van a saber luego luego con quién) . También recordé con mucho amor, amigas que han sufrido pérdidas de bebés pequeños o no tan sanos como esperaban.

Me gustan los niños, vengo de una familia niñera, de un abuelo niñero. Pero ahora para mí, la maternidad es un gran universo que no se define solo por tener un hijo propio. Recuerdo que en la universidad tuve un proyecto de hacer un mega evento para el día de las madres y mi mamá criticó mi logo del evento porque era la silueta de una mujer embarazada; me dijo: «la maternidad no es solo estar embarazada y tener un hijo propio». En ese entonces no lo entendí, ahora que tengo muchos sobrinos y una ahijada que me han robado el corazón, no solo lo entiendo, lo vivo y lo siento. Ahora que mi madre no está desde hace años y personas como mis tías y otras mujeres ejemplares muy cercanas a mí, me han ayudado a llenar poquito el hueco de mi madre que hay en mi corazón… ahora entiendo.

Y es que empecé a leer este libro pensando en que iba a obtener una respuesta, un sí o un no, a ser madre. Leí y pude reconocer diversos tipos de maternidad, incluso unos que ya he vivido en carne propia. La maternidad se expresa en diversos roles. A veces de madre biológica, otras como madre sustituta: tutora, maestra, amiga, madrina, tía…

Y al final, entendí… mi respuesta…

«No te pongas nerviosa… Pasará lo que tenga que pasar. Nadie escapa de eso»

«La hija única» – Guadalupe Nettel

#aleer

¡Maaaamá!

Un domingo a medio día en mi cama, acomodo las almohadas para rodearme sentada al lado de la ventana. En días soleados la luz entra directa a mi libro en manos. Es un rincón de lectura prefabricado, que tiene esa calidez acogedora para permitir ensimismarte en la historia y

viajar en las páginas.

El hecho de que aparte sea un rincón silencioso porque vivimos alejados de la ciudad, lo hacen aún más ideal. Siempre es tranquilo y con un soundtrack apacible y natural: pájaros, lluvia, viento. A veces sí se rompe el encanto celestial con alguna vecina de vagas aspiraciones a solista; pero en general es sereno. Hoy acompañándo a los pájaros, el aire sopla leve y hay un sonido más … niños al unísono claman ¡Maaaaamáá!

Ese canto me hace cerrar el libro y poner atención. Es un eco suave, alargando esa primera «a» y descansando el aliento en la segunda sílaba de manera más corta,»máá». No es un grito de urgencia ni de berrinche, es como una canción a través de un bosque encantado; como si los niños estuvieran llamando a mamá con el vaho que sale de su boca. Como un soplo. Como un alarido juguetón y fantasmagórico a la vez.

Me asomo por la ventana y no veo a los niños. El llamado cesa. Sigo leyendo.

¡Maaaaamáá! Vuelvo a escucharlo, me asomo a la otra ventana; tampoco hay niños. Luego reviso las ventanas del cuarto contiguo, no se ven niños jugando y yo sigo escuchando su llamado.

Me quedo a la mitad del cuarto para intentar ubicar bien de qué lado viene el clamor. Le grito a mi papá que está en la planta baja viendo la tele y le pregunto si escucha a los niños llamando a «Mamá». Mi papá tiene que ponerle pausa a su película y acercarse a la escalera para escuchar lo que le pregunto –«¿Cuáles niños? Yo no escucho nada»– . Se vuelve a hacer el silencio.

Bajo y le explico a mi papá que escucho a unos niños llamar a Mamá, e intento replicar las voces: suaves, sutiles, como un susurro entre miedo, ayuda y amor. ¡Maaaaamáá!

Mi papá obviamente me tira de a loca, él regresa a su película y yo me dirijo escaleras arriba para retomar mi libro. Pero solo termino de subir el último escalón y vuelvo a escucharlos. – «!Papá, pon pausa, escucha… los niños!» – Mi papá tan ágil como sus sesenta años y el sillón acojinado y vencido le permiten, pone pausa y se levanta, a paso apresurado llega al extremo inferior de la escalera y hace silencio para intentar escuchar con atención lo que yo le explico. Nos volteamos a ver, él de abajo hacia arriba desde el extremo inferior de la escalera apoyado en la pared; yo de arriba hacia abajo, en el extremo superior de la escalera apoyada en el barandal. Contenemos la respiración para escuchar mejor. Las voces de niños desaparecen en el silencio. Mi papá vuelve a respirar y confirma, –«Yo no escucho nada»-.

Giro los ojos y la cabeza en medio círculo hacia atrás y regreso a mi rincón de lectura. Ya me empiezo a sentir un poco loca de escuchar voces. Me voy sentando y solo toco la cama cuándo brinco hacia arriba porque los vuelvo a escuchar. Son niños, yo lo sé, buscan a su mamá, la necesitan. Cierro los ojos y dejo que mis oídos me indiquen hacia dónde. Giro en medio círculo a la derecha , cruzo mi cuarto y el siguiente, llego al cuarto de mis papás. Los escucho más cerca. Veo la ventana del balcón abierta y la cortina vuela hacia adentro por el aire dejando entrever las ramas del enorme ficus que se agitan como bailando con el viento.

La realidad es que tengo miedo, pero al mismo tiempo siento que necesito ayudarlos. Pienso: «ya voy niños, ya voy». Me acerco a la ventana agarro la cortina pero… el ruido no viene de fuera… viene del closet, del lado del closet dónde estaba la ropa de mi mamá. Pego la oreja a la puerta y los escucho tan cerca. Se que están ahí…. los niños… ¡Maaaaamáá!

Con una mano en la manija, decidida y temblorosa, abro la puerta corrediza del clóset de un solo movimiento. No hay niños. Solo una chamarra de mi papá en el hueco obscuro que ha dejado la ropa de mi mamá. Toco la chamarra y siento como vibra la bolsa derecha. Meto la mano al bolsillo, el teléfono de mi papá vibra y su ringtone suena ¡Maaaaamáá!

Madres estoicas

Sincrónicamente, cada día de las madres me encuentro con grandes sorpresas que mi mamá y el Universo ponen para mi; este año iniciaron el 9 de mayo con una maravillosa meditación, que evocaba a recordar a mamá y conectar con ella al cerrar los ojos y adentrarme en una visualización. Al día siguiente, el clásico festejo Coria con mis tías y primas. Para culminar con la maravilla de hacer realidad uno de mis más grandes propósitos: un pijamada con mi ahijada.

Hoy Lunes, me encuentro bien molida de dormir y jugar con mi chaparrita. Ahora entiendo que eso de dormir con niños en la misma cama es realmente un reto equivalente a una rutina de yoga intensa o de kick boxing, donde una es el saco de entrenamiento. Pero también, me encuentro relajada de haber sobrevivido unas horas de estrés en mi vida. A lo mejor estoy siendo exagerada, pero cada que me toca estar sola con mi ahijada quiero dar lo máximo, que ella disfrute mucho, que todo sea divertido, que aprenda algo de estar conmigo. Aunado a eso, también está ese temor de que le pase algo; de llevarla a los juegos y tener ojos por todos lados para cuidarla, que no le pase nada ni se le acerque nadie sospechoso porque la tengo que regresar completa (aunque a veces no la quiera regresar); de que coma bien y sano, pero también rico… Uff … le sigo… Ahora imagínense eso TODOS LOS DÍAS a la «n» potencia.

Es simplemente un enorme amor e inigualable, el que las mamás tienen a sus hijos para no perder el juicio y no quejarse; aguantando no tener ni un minuto a solas para esas cosas en que nos encanta perder el tiempo como: dormir, maquillarse y arreglarse, tomarse un café/té en silencio, leer (un párrafo tan siquiera), o mínimo ir al baño SOLAS!

No hay más, son estoicas. Tienen esa fortaleza y dominio sobre sí mismas… sobre uno y sobre la situación.

Mamás y futuras mamás… una reverencia solemne a todo lo que cada día hacen y deshacen, por sacar adelante a sus hijos y a su familia. Además, dudo que esto termine en la muerte, porque mi mamá se asegura de apapacharme, escucharme, responderme cuidarme y enviarme uno que otro pellizco, chanclazo y lección desde donde ella esté.

(OMSaiRam)