Hace poco pasé por Plaza Tepeyac (en DF) y recordé que fue ahí mi primera experiencia en el pole.
Tenía apenas 4 años, creo; cuando en el kinder nos llevaron a una excursión a la Estación de Bomberos que está al lado de esa plaza, todos mis compañeros al igual que yo estábamos impresionados con el techo tan alto y los camiones rojos y enormes como los de las películas. Nuestro guía era uno de los bomberos, con su traje amarillo y casco, en su papel total.
Al final del tour el bombero guía nos preguntó: «Entonces niños, ¿quién quiere ser bombero cuando sea grande?»; y ahí vamos todos los chiquillos levantando las manos. «¡Ah sí! – continuó el bombero – …pues vamos a tener su primer entrenamiento, ¡bajemos por el tubo de bomberos!».
¡Válgame! Temblé… me dio pavor aventarme por ese hoyote solo agarrada del tubo plateado… mejor las escaleras. Escogieron 4 o 5 niños recuerdo, y entre esos no se porque uno de los bomberos cargó (sin pedir opinión) a la güerita de dos colitas que de por si ya blanca ahora estaba sin chapitas, pálida del miedo. Me escogieron a mi. Y que nos lanzamos…
La bajada se me hizo eterna. Creo le enterré mis uñitas al bombero. ¡Qué miedo! No recuerdo bien, todo giraba, y aún en el piso el bombero no me soltó porque me vio mareada. «¡Uff… sobreviví! – pensé».
!Quién iba a pensar que 23 años despúes iba a terminar siendo polera!