Té de eucalipto

Té de eucalipto con limón es lo que estoy bebiendo en este momento, al aspirar su aroma recuerdo frías mañanas de lluvia – como la de hoy – en que el árbol de la plazuela se desprendía de su esencia y la hacía entrar en nuestras casas, bueno, al menos en la mía.

Resulta que ese árbol fue sembrado por mis padres cuando eran solo unas ramitas indefensas; tras veintitantos años, se ha convertido en una eminencia de tronco leñoso que ahora termina siendo amenazante para ciertos vecinos. Temen que la lluvia y el viento lo doblen y lo hagan caer encima de sus casas, de sus autos o hasta de ellos mismos mientras caminan por ahí. Los entiendo, pero también entiendo la molestia que disfraza la tristeza de mi padre cuando toda la plazuela se puso de acuerdo para talarlo.

Mi padre sentía que mataban su creación, casi que le mataban a un hijo. Él se ata mucho a las cosas y a los seres vivos; le es difícil dejar ir y soltar, ¿o será que para las generaciones actuales, ya todo es desechable? Para sorpresa de todos y confirmación de su fortaleza, el árbol sigue ahí y ha vuelto a crecer enorme y a florear, dejando en el suelo su rastro de floresillas blancas cual pelusas y diminutas semillas cónicas abellotadas. Cada que llueve su aroma vuela en busca de narices como la mía, que le agradecen el despertarnos del sueño.

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