Té de eucalipto

Té de eucalipto con limón es lo que estoy bebiendo en este momento, al aspirar su aroma recuerdo frías mañanas de lluvia – como la de hoy – en que el árbol de la plazuela se desprendía de su esencia y la hacía entrar en nuestras casas, bueno, al menos en la mía.

Resulta que ese árbol fue sembrado por mis padres cuando eran solo unas ramitas indefensas; tras veintitantos años, se ha convertido en una eminencia de tronco leñoso que ahora termina siendo amenazante para ciertos vecinos. Temen que la lluvia y el viento lo doblen y lo hagan caer encima de sus casas, de sus autos o hasta de ellos mismos mientras caminan por ahí. Los entiendo, pero también entiendo la molestia que disfraza la tristeza de mi padre cuando toda la plazuela se puso de acuerdo para talarlo.

Mi padre sentía que mataban su creación, casi que le mataban a un hijo. Él se ata mucho a las cosas y a los seres vivos; le es difícil dejar ir y soltar, ¿o será que para las generaciones actuales, ya todo es desechable? Para sorpresa de todos y confirmación de su fortaleza, el árbol sigue ahí y ha vuelto a crecer enorme y a florear, dejando en el suelo su rastro de floresillas blancas cual pelusas y diminutas semillas cónicas abellotadas. Cada que llueve su aroma vuela en busca de narices como la mía, que le agradecen el despertarnos del sueño.

Papás de mujeres

Creo que mi papá me enseñó a ser más feminista que mi mamá y estoy segura que por ahí hay muchas más como yo (¿tías?). Y este tema se me hace de lo más simpático. Para la hija, él es un superman. Para papá, aunque no lo dice, su hija es su criptonita. Mientras él la protege de todo y ante todo; ella lo desarma con una simple sonrisita o unos ojitos.

Un papá de mujeres, es impresionante. Desarrolla superpoderes físicos y emocionales para poder defender y entender la psique femenina manteniendo su rol masculino, sin perder la cordura. Si bien mi papá no fue de esos que me cambió pañales (él dice que jamás lo hizo y se enorgullece de eso con una risita de pillo), ni el que corría a llevarme a mis clases de danza o me peinaba. Mi papá ha sido y es, el que me enseñó a hacer lo que yo quisiera y me hiciera feliz, sin importar lo que los demás pensaran; el que ciegamente ha creído en mi, siendo cómplice y ahora hasta socio comercial jajaja. Es con quien más comparto libros e ideas. Es el más comprometido conmigo y por eso sé que es el único hombre que me va a amar toda la vida.

Aquellas que tuvimos la suerte de tener un padre presente y comprometido con nosotras, aprendimos de él: a valernos solas; a conseguir todo por nosotras mismas; a crecer fuertes y pensantes; y a buscar ser independientes, irónicamente, de cualquier hombre. Si bien puede ser plan con maña, porque el papá no quiere perder a su tesoro de hija nunca; este plan mañosos ha salido maravilloso… al menos en mi caso.

Lamento que en estos tiempos que vivimos la figura paterna no sea tan reconocida como la materna y llamo a todos a reubicar su importancia en nuestras vidas. Se que muchos son los casos de figuras paternas inexistentes, pero no por unos deben de pagar todos.

¡Feliz día del padre*!

*Hablando de otros padres, no olvidemos que también hay roles de padres sustitutos: abuelos, tíos, padrinos, a veces hasta amigos; esos son igual de importantes y se agradecen.

Quieres Ser madre o no?

«Ser madre implica preocuparse por alguien todo el tiempo»

«La hija única» – Guadalupe Nettel

Me ha llegado al corazón la acertividad y cotidianidad en que esta escritora mexicana plasma las palabras y te entiende como mujer en el siglo XXI. Me sentí muy reflejada con uno de los personajes de la lectura (van a saber luego luego con quién) . También recordé con mucho amor, amigas que han sufrido pérdidas de bebés pequeños o no tan sanos como esperaban.

Me gustan los niños, vengo de una familia niñera, de un abuelo niñero. Pero ahora para mí, la maternidad es un gran universo que no se define solo por tener un hijo propio. Recuerdo que en la universidad tuve un proyecto de hacer un mega evento para el día de las madres y mi mamá criticó mi logo del evento porque era la silueta de una mujer embarazada; me dijo: «la maternidad no es solo estar embarazada y tener un hijo propio». En ese entonces no lo entendí, ahora que tengo muchos sobrinos y una ahijada que me han robado el corazón, no solo lo entiendo, lo vivo y lo siento. Ahora que mi madre no está desde hace años y personas como mis tías y otras mujeres ejemplares muy cercanas a mí, me han ayudado a llenar poquito el hueco de mi madre que hay en mi corazón… ahora entiendo.

Y es que empecé a leer este libro pensando en que iba a obtener una respuesta, un sí o un no, a ser madre. Leí y pude reconocer diversos tipos de maternidad, incluso unos que ya he vivido en carne propia. La maternidad se expresa en diversos roles. A veces de madre biológica, otras como madre sustituta: tutora, maestra, amiga, madrina, tía…

Y al final, entendí… mi respuesta…

«No te pongas nerviosa… Pasará lo que tenga que pasar. Nadie escapa de eso»

«La hija única» – Guadalupe Nettel

#aleer

¡Maaaamá!

Un domingo a medio día en mi cama, acomodo las almohadas para rodearme sentada al lado de la ventana. En días soleados la luz entra directa a mi libro en manos. Es un rincón de lectura prefabricado, que tiene esa calidez acogedora para permitir ensimismarte en la historia y

viajar en las páginas.

El hecho de que aparte sea un rincón silencioso porque vivimos alejados de la ciudad, lo hacen aún más ideal. Siempre es tranquilo y con un soundtrack apacible y natural: pájaros, lluvia, viento. A veces sí se rompe el encanto celestial con alguna vecina de vagas aspiraciones a solista; pero en general es sereno. Hoy acompañándo a los pájaros, el aire sopla leve y hay un sonido más … niños al unísono claman ¡Maaaaamáá!

Ese canto me hace cerrar el libro y poner atención. Es un eco suave, alargando esa primera «a» y descansando el aliento en la segunda sílaba de manera más corta,»máá». No es un grito de urgencia ni de berrinche, es como una canción a través de un bosque encantado; como si los niños estuvieran llamando a mamá con el vaho que sale de su boca. Como un soplo. Como un alarido juguetón y fantasmagórico a la vez.

Me asomo por la ventana y no veo a los niños. El llamado cesa. Sigo leyendo.

¡Maaaaamáá! Vuelvo a escucharlo, me asomo a la otra ventana; tampoco hay niños. Luego reviso las ventanas del cuarto contiguo, no se ven niños jugando y yo sigo escuchando su llamado.

Me quedo a la mitad del cuarto para intentar ubicar bien de qué lado viene el clamor. Le grito a mi papá que está en la planta baja viendo la tele y le pregunto si escucha a los niños llamando a «Mamá». Mi papá tiene que ponerle pausa a su película y acercarse a la escalera para escuchar lo que le pregunto –«¿Cuáles niños? Yo no escucho nada»– . Se vuelve a hacer el silencio.

Bajo y le explico a mi papá que escucho a unos niños llamar a Mamá, e intento replicar las voces: suaves, sutiles, como un susurro entre miedo, ayuda y amor. ¡Maaaaamáá!

Mi papá obviamente me tira de a loca, él regresa a su película y yo me dirijo escaleras arriba para retomar mi libro. Pero solo termino de subir el último escalón y vuelvo a escucharlos. – «!Papá, pon pausa, escucha… los niños!» – Mi papá tan ágil como sus sesenta años y el sillón acojinado y vencido le permiten, pone pausa y se levanta, a paso apresurado llega al extremo inferior de la escalera y hace silencio para intentar escuchar con atención lo que yo le explico. Nos volteamos a ver, él de abajo hacia arriba desde el extremo inferior de la escalera apoyado en la pared; yo de arriba hacia abajo, en el extremo superior de la escalera apoyada en el barandal. Contenemos la respiración para escuchar mejor. Las voces de niños desaparecen en el silencio. Mi papá vuelve a respirar y confirma, –«Yo no escucho nada»-.

Giro los ojos y la cabeza en medio círculo hacia atrás y regreso a mi rincón de lectura. Ya me empiezo a sentir un poco loca de escuchar voces. Me voy sentando y solo toco la cama cuándo brinco hacia arriba porque los vuelvo a escuchar. Son niños, yo lo sé, buscan a su mamá, la necesitan. Cierro los ojos y dejo que mis oídos me indiquen hacia dónde. Giro en medio círculo a la derecha , cruzo mi cuarto y el siguiente, llego al cuarto de mis papás. Los escucho más cerca. Veo la ventana del balcón abierta y la cortina vuela hacia adentro por el aire dejando entrever las ramas del enorme ficus que se agitan como bailando con el viento.

La realidad es que tengo miedo, pero al mismo tiempo siento que necesito ayudarlos. Pienso: «ya voy niños, ya voy». Me acerco a la ventana agarro la cortina pero… el ruido no viene de fuera… viene del closet, del lado del closet dónde estaba la ropa de mi mamá. Pego la oreja a la puerta y los escucho tan cerca. Se que están ahí…. los niños… ¡Maaaaamáá!

Con una mano en la manija, decidida y temblorosa, abro la puerta corrediza del clóset de un solo movimiento. No hay niños. Solo una chamarra de mi papá en el hueco obscuro que ha dejado la ropa de mi mamá. Toco la chamarra y siento como vibra la bolsa derecha. Meto la mano al bolsillo, el teléfono de mi papá vibra y su ringtone suena ¡Maaaaamáá!

Feliz día del niño

Dónde está el niño que yo fui,

sigue dentro de mí o se fue?

Sabe que no lo quise nunca

y que tampoco me quería?

Por qué anduvimos tanto tiempo

creciendo para separarnos?

Por qué no morimos los dos

cuando mi infancia murió?

Y si mi alma se cayó

por qué me sigue el esqueleto?

«Libro de las preguntas» – Pablo Neruda

Curiosa mexicana. Turismóloga de profesión; viajera, artista y escritora de corazón. "Inspirarme para inspirar"

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